Mi casa

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© Héctor Garrido

viernes, 19 de junio de 2015

VISITANDO A LOS ANCESTROS

No me gusta visitar santuarios. En París jamás se me ha ocurrido poner flores en la tumba de Cortázar. O en Praga, en la de Kafka. Aunque debo mucho a cada uno. Sin embargo, acabo de estar en Londres y no resistí la tentación de ir a la casa del Dr. Samuel Johnson (1709 - 1784), tipo fascinante, irónico, profundo, con la inevitable arrogancia londinense, y fundador de muchas cosas y no sólo de la lengua inglesa moderna. Su casa, sencilla y nada ostentosa,  está en un enrevesado callejón a dos pasos de Fleet Street, la calle de los periódicos. Frente a su casa hay un monumento a Hodge, su gato mimado. No hay una estatua de Mr. Johnson, sí de su gato. Allí mismo la casa de James Boswell, su gran amigo, biógrafo y una especie de secretario-ayudante devoto y paciente.
Y algo muy importante: a unos metros el infaltable pub, Ye Olde Cheshire Cheese, donde Johnson iba a despejarse bebiendo cerveza y comiendo salchichas, quesos y pan, por algo estaba tan obeso. La foto de arriba es dentro del pub, que se mantiene inalterable desde sus orígenes en el siglo XVI o XVII. Siempre se me olvida anotar estos detalles de fechas, disculpen. Hoy sigue igual, con muy pocos turistas, casi ninguno, y muchos vecinos de los alrededores. Por lo general estos lugares atraen a poquísimos turistas. Por razones obvias: ¿Quién lee hoy a Johnson? ¿Quién tiene su biografía, escrita por Boswell? ¿Quién sigue admirando con devoción a este hombre? Cuatro gatos, como yo, Hodge y unos pocos más. El turismo masivo por suerte se queda en otros sitios.
Lo peor es que no pude ver la casa del Dr. Johnson por dentro. En el momento de mi visita había un "evento privado" y permanecía cerrada al público. "Sorry" me dijo una señorita fantasmal, muy parecida a Olivia la novia de Popeye, que asomó su nariz por la puerta entrejunta. Pestañeó, largó el "Sorry" y volvió a cerrar. Y ya. Me quedé sin rendirle mi humilde homenaje espiritual a este hombre excepcional, con una obra deliciosa, mucho más allá del primer diccionario de la lengua inglesa, que hizo con la ayuda de seis supereficaces señoritas que le ayudaron sin desmayo durante años.
Pero hay más. Mi hotel era el Tavistock, en Bloomsbury, a dos pasos de Gordon Square. En el 46 de esa plaza vivió Virginia Woolf (1881 - 1941) de joven. Fui allí. Y no. En el 46 una placa recuerda que allí vivió John Maynard Keynes, también del Grupo de Bloomsbury, economista, teórico implacable del capitalismo salvaje, muy útil después para la terrible Iron Lady Tatcher, que acabó con todos los derechos de los trabajadores y con todo lo que pudo aplastar.
Bueno, al fin descubrí en una esquina de Tavistock Square, a la sombra (en sentido metafórico, en pleno junio siempre estuvo nublado) de unos hermosos árboles, un delicioso y pequeño busto de esa mujer fascinante y desolada. Y mi compañera me tomó una foto de recuerdo.
Dicho todo lo anterior, agrego: Pienso que los escritores debemos permanecer invisibles. Quiero decir, no es bueno conocer personalmente a los escritores  porque lo habitual es que no se correspondan en la realidad con la imagen que de ellos tenemos en la distancia. Por eso comprendo a escritores como Salinger, que se ocultó todo lo que pudo, hasta ser un viejo huraño y resabioso. Quizás la guerra lo dejó tan trastornado que no podía resistir más trastornos en su vida. No sé. 
Estas visitas que acabo de realizar en Londres son sólo un gesto de amor y devoción por dos escritores que siempre tengo a mano, que me acompañan, y a quienes considero mis ancestros literarios. Algún día tendré que escribir aquí sobre este tema. Aunque será largo porque creo que las raíces más antiguas y profundas de ese árbol genealógico comienzan con Homero y La Odisea. Y yo y mis libros sólo somos  una ramita delgada y frágil en la copa del árbol, ramita expuesta al sol, viento y lluvia, con grandes posibilidades de desaparecer sin dejar rastro. O no. Quizás esa ramita -seamos positivos- con el tiempo se fortalece y pase a formar parte definitiva de ese  hermoso y robusto árbol de la literatura. Ya veremos.

2 comentarios:

  1. Hola Pedro Juan, buenas noches o días, según la hora en que leas esto. Me gustaría en primera instancia enviarte un gran saludo desde México y saber si cuentas con algún correo electrónico en donde pueda escribirte o enviarte un texto de mi autoría. Toda la vida, desde pequeño, he disfrutado de la escritura, pero leyéndote me di cuenta que era mi vocación. Me harías el honor si pudieras lanzarme una pequeña crítica en un tiempo libre. Ojala y me pudieras contestar, ya que fuiste tú la inspiración para decidirme a escribir prosa y poesía.

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  2. Vaya, no se leyó la entrada de El hombre invisible...

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