Mi casa

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© Héctor Garrido

viernes, 5 de junio de 2015

LA NAVIDAD DE 1998

Este cuadro a la izquierda es del artista alemán Levin Colmar. Pero empecemos por el principio. En Centro Habana, década de 1990. Yo cada día pintaba lo que veía a mi alrededor. Por las tardes miraba al cielo y a las paredes de los edificios derruidos. Siempre me interesaban algunos fragmentos de aquellas texturas de ladrillos, diversas capas de cemento y de pintura deslavada, tubos oxidados y restos de todo tipo. Más allá de escombros,  desidia y abandono encontraba una estética. Quizás era la estética de los escombros. Así que desplegaba unas cartulinas, o tela, y pintaba. Algunos inteligentes decían que era abstraccionismo matérico. No sé. Y no me interesa saber. Parecía abstracto pero sólo era mi versión de aquellos fragmentos de realidad. Yo no pensaba y no tenía objetivos. Sólo jugaba, me divertía pintando.
Por la mañana escribía. Escribir es duro. Nadie se imagina lo duro que puede ser. Emocionalmente. Físicamente. Siempre terminas machacado en cuerpo y alma después de unas cuantas horas de escritura. Sobre todo cuando la escritura es una adicción y no te ves como un profesional sino como un tipo que sólo tiene un oficio y muchas cosas adentro que necesita soltar o revienta. Cuesta mucho para que después los lectores puedan leer con rapidez, facilidad y adicción. Además uno tiene que estar solo y en silencio durante todas esas horas de la mañana. Con el estómago vacío. Si acaso un par de tazas de té a media mañana. Ni teléfono ni visitas. Nada. Como un jodío monje en un monasterio de montaña.
Por las tardes ponía música. Bach, Wagner, Poulenc, Lou Reed, Erik Satie, según. Preparaba un trago largo de ron, y me ponía a pintar alegre y despreocupadamente. A veces tenía hasta 7 cuadros en proceso al mismo tiempo. Después vendía algunos. Me ayudaron a capear el huracán brutal en que se convirtió Cuba en los años '90.
En la Navidad de 1998 yo estaba en Chemnitz, Alemania. Me quedaba en la casa de mi amigo Stephan (su nombre artístico es Levin Colmar). Él también pinta con especial devoción. Pintaba rápido, apresurado, con tintas, esponjas, y mucha agua, sin pensar mucho. Pintaba lo que le salía de adentro.
Yo, en Chemnitz, intenté pintar lo mismo que hacía en Centro Habana. Pero no salía. Rompí tres cuadros porque no sólo no funcionaban sino que eran odiosos y estúpidos hasta el vómito. ¿Por qué estoy bloqueado? ¿Qué pasa? Fui hasta la ventana, a mirar cómo la nieve caía en un bosquecillo al lado de la casa. Faltaba poco para Navidad y nevaba continuamente. La suave luz gris, el frío, el blanco de la nieve, el silencio  total, la suave sensación de estar en un lugar sosegado, aquellos árboles sin una hoja. Todo eso se metió en mi espíritu y entonces, sin pensar, agarré unas cartulinas y salió algo absolutamente diferente a lo que pintaba en Centro Habana. Sobran las explicaciones. Es esto que ven aquí.

1 comentario:

  1. Magnifica extrapolación de la realidad...... como tu obra literaria que mucho aprecio.... Gracias Pedro Juan...!

    David Roche
    www.daroart.com

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