Mi casa

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© Héctor Garrido

lunes, 28 de julio de 2014

LA VIDA EN EL MALECON



La vida en el Malecón de La Habana tiene su propio biorritmo.  Funciona como un organismo vivo. Respira de un modo a las 12 del día. De otro modo en la madrugada. Cuando hay calor es una cosa, cuando hay oleaje y frío es otra. Llevo casi 30 años viviendo frente al Malecón y sé lo que digo. No hay un Malecón. Hay muchos malecones. Pilar Rubí es una española que vive hace un par de años en La Habana. Y se propuso algo difícil: conocer y retratar la vida cotidiana de la gente que vive en los edificios derruidos del Malecón.
Es una tarea difícil. A nadie le gusta verse invadido en su privacidad. Sin embargo, Pilar lo tenía claro desde el principio: no quería ofender, no quería molestar, no quería agredir ni hacer daño. No quería demostrar nada. Todo lo contrario. Quería hacer lo que hacen los artistas en todas las épocas y en todos los tiempos: dejar un testimonio. Mostrar la vida cotidiana de estas personas. Y nada más. 
Esta actitud positiva y tranquila ha facilitado las cosas a Pilar. Ella ha logrado armar un ensayo fotográfico sólido con un par de cámaras, con paciencia, dejando que las cosas sucedan hasta el instante exacto para apretar el botón. Tiempo, paciencia, una gran capacidad de observación para los detalles, un sexto sentido para  discernir qué pedacito de la realidad es una foto y qué debe quedar fuera. Sorprender y no espantar al sujeto. Actuar en silencio, discretamente, sin hacerse notar. Todo eso y un poco  más se llama talento. Y es inexplicable. Un artista nunca sabe actuar con exactitud. Actúa por intuición. Más y más. Siempre quiere ir un poco más allá hasta que se acerca a la línea oscura. A su línea oscura. Un momento difícil en la vida de un artista. Llega a ese punto, da vueltas, y si se atreve, si tiene más talento, salta y se sumerge en las sombras del arte. Un camino sin señales, un laberinto. A partir de que un artista cruza la línea oscura deja atrás la técnica y el método. Ya no hay sistemas que respetar. Ya no hay respuestas exactas. Ya no hay lógica. Sólo hay incertidumbre. Una vez ahí nos quedamos solos. Una soledad inmensa, acompañados por la intuición.
Henry Cartier-Bresson decía que el secreto de su oficio consistía en correr en sentido contrario al de la gente. 
Eso hace Pilar Rubí. Corre en sentido contrario. Y ha cruzado la línea oscura. Estas fotos no las hace un aficionado de domingos por la tarde. No es trabajo de diletantes. Es un trabajo serio, prolongado, profundo y lleno de amor por la gente a la que  fotografía. La exposición está ahora en la galería  Julio Larramendi, en el hostal Condes de Villanueva, en La Habana Vieja. 
Pasarán los años. Estos edificios ahora casi a punto de  derrumbarse, serán demolidos y sustituidos por otros nuevos, o serán rehabilitados y modernizados. Y estas fotos quedarán después que nosotros ya seamos un soplo de aire y de luz. El testimonio de un instante. La memoria de un grupo de sobrevivientes que luchan en La Habana en 2014. Esta es una buena porción de la verdad, más allá de lo que contarán los libros de historia.

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