Mi casa

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© Héctor Garrido

jueves, 19 de junio de 2014

LA FRONTERA DEL SILENCIO

Acabo de leer  Retrato de un guerrero frío, de Joseph Burkholder Smith, un oficial de la CIA que sirvió durante 22 años y finalmente se retiró en junio de 1973. Después, en 1976, escribió y publicó este libro, uno más  entre los cientos que se han escrito por oficiales retirados que -un poco asqueados, a veces muy asqueados y arrepentidos- deciden  denunciar algo por escrito. Poco. Apenas lo que permite la Ley. Es decir lo que no está contemplado en los juramentos que hicieron al ingresar en la CIA sobre la obligación de mantener el secreto profesional hasta más allá de la muerte.
Por lo general son libros muy mal escritos, tediosos, atiborrados de nombres y de pequeñas anécdotas irrelevantes. Uno tiene que leer velozmente para encontrar alguna que otra perla perdida en el fango. En las páginas finales el autor afirma: "Cuando decidí renunciar en  junio de 1973 estaba desilusionado, pero no de una forma simple... Había dedicado los mejores años de mi vida  a actividades que mi padre y mi abuelo habrían considerado como la profesión de hombres defraudados o desesperados...  Habrían considerado mi carrera como carente de honor y que no merecía premio alguno... vivir con mentiras e inventar excusas para los fracasos y lo que es peor aún, creerlas, era algo que tenía el efecto de erosión en el carácter de los oficiales de la CIA... La arrogancia y el oportunismo de carrera agravaban el  mal." Creo que muchos oficiales de servicios secretos de cualquier país podrían suscribir -rechinando los dientes- esta afirmación del señor Burkholder. 
La primera revelación pública a gran escala sobre las actividades encubiertas de la CIA se produjo en la primavera de 1964: El Gobierno Invisible, de David Wise y Thomas B. Ross. En 1974 salió el también muy famoso Diario de la CIA, de Philip Agee y también ese año The CIA and the Cult of  Intelligence, de Victor Marchetti y John D. Marks. Marchetti era oficial retirado al igual que Agee. Este libro se publicó dejando los amplios espacios blancos de todo lo que la CIA censuró en el manuscrito. A partir de entonces se ha producido una avalancha de memorias de estos oficiales  con graves cargos de conciencia. Lo cual es lógico. Sabemos que todos los servicios secretos del mundo se basan en el juego sucio. Desde asesinatos hasta intervención de teléfonos, violación de correspondencia, amenazas, coacción, estafas, compra, traición y todo tipo de golpes bajos y por la espalda. La CIA, por ejemplo, dispone de un manual para enseñar a sus oficiales a asesinar de tal modo que parezca un accidente. El glamour de los espías inventados por los novelistas no tiene nada que ver con la realidad.  
A partir de estos libros también   se han filmado unas cuantas películas. La más reciente y de una efectividad pasmosa es  alemana:  La vida de los otros.
El señor Burkholder concluye que la CIA siempre ha ido mucho más allá de lo necesario y, con una candidez e ingenuidad que me resisto a creer, propone que debería existir un sistema de inteligencia más moderado, y controlado y ético. Eso es una tontería. El que tiene el poder lo usa hasta sus últimas consecuencias. Nadie con un enorme poder se pone límites. Así que estos centenares de libros sobre la CIA -y unos pocos sobre otros servicios de inteligencia- han servido sobre todo para correr un poco la frontera del silencio. Los que ejercen el poder intentan mantener rígida e inflexible esa frontera. Pero el ser humano necesita conocerse a fondo. Necesitamos  conocernos, adentrarnos en la oscuridad  y de ese conocimiento sacar conclusiones para ser un poco mejores.  Por suerte, siempre hay quien se arriesga  y se atreve a escribir  y descubrir en público los detalles que los gobiernos  quieren mantener ocultos. Correr la frontera del silencio. Un milímetro cada día. Siempre un poquito más allá.



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