Mi casa

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© Héctor Garrido

lunes, 26 de mayo de 2014

HAPPY END

Una tarde del verano del 2000 yo estaba en la azotea de mi casa,mirando un aguacero brutal. Serían las seis de la tarde. Se intensificó más y cayeron unos cuantos rayos muy cerca. El que no conozca como llueve en el trópico no entiende.  Nada que ver con las lluvias civilizadas de Europa. A pesar de aquellos latigazos de los rayos y la furia del viento y el agua, no resistí la tentación. Me quité la ropa y entré en el agua. Era una masa de agua. Casi sólida. Me podía partir a la mitad un rayo. No me importaba. Busqué un jabón y me bañé. Y más  agua. Y más rayos. Entonces, en medio del fragor, me pareció que sonaba el timbre de la puerta. Sí. Entré a la casa.Me cubrí con la toalla por la cintura. Y chorreando agua fui a abrir.
Era un tipo joven, de unos 30 años, con el pelo largo y completamente blanco. Italiano. Mezclaba español, italiano y portugués para hacerse entender. Muy serio y petulante. Disfrutaba desplegando cierto aire autoritario. Un poco imperialista, me  pareció. Se presentó: era director de cine, acababa de terminar su primer largometraje, que ganó  premios importantísimos en Cannes y en Berlín, tenía un gran productor norteamericano. Se había leído la Trilogía sucia de La Habana, que le pareció bien y quería que yo le escribiera un guión. Podía esperar por mí un máximo de dos meses. Ni un día más. Así que tenía que vestirme y empezar ya. La idea era un joven habanero muy rebelde, con graves problemas con su padre, se compra un carro americano clásico y hace un recorrido por toda Cuba. Llega hasta Santiago o Guantánamo. Es un road movie, con aventuras de todo tipo. Regresa a La Habana, se reconcilia con su  padre y hay un happy end. "Tiene que haber un happy end", me enfatiza el tipo.
Me quedé mirándolo. Yo no había abierto la boca en todo ese tiempo. Sólo dije "Buenas tardes", y el tipo me soltó aquella perorata. La furia me subió desde los pies hasta el cerebro. Y no pude contenerme. Sólo le dije: "Tú eres un imbécil". Fui hasta la puerta, la abrí y le señalé el pasillo. Abrió los ojos desmesuradamente y se fue apresurado. Creo que  percibió las ganas que tenía de estrangularlo.
Fui hasta el patio. Ya había escampado. Esos aguaceros son así. Claro, si duran horas la isla se  hunde. Ahora es cuando necesitaba mojarme bien para soltar las malas vibraciones que aquel hijo de puta me había trasmitido. Fui hasta la botella de ron. Encendí un tabaco y puse música. Las suites para chelo, de Bach. ¡Menos mal que existe Bach en este mundo! Por Dios. ¿Qué haría yo sin Bach? Y el crepúsculo comenzó. Los crepúsculos de La Habana.

3 comentarios:

  1. Biiiien gracias Pedro, por ti, por el tipo y por el blog.

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  3. Deseando que te dejes caer por Madrid. Un fuerte abrazo, amigo. Tu azotea, tu café negro retinto, los aguaceros al atardecer me acompañan desde hace muchos años.

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